jueves, mayo 22, 2025

El efecto Colapinto y la disonancia cognitiva

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Aclaración necesaria: no soy fan del automovilismo deportivo en general ni de la Fórmula 1 en particular. Ni siquiera lo fui en tiempos de Carlos Reutemann, cuando, siendo adolescente, madrugaba algunos domingos para verlo correr sólo para acompañar el plan de mis amigos. Me parece un espectáculo aburridísimo en el que la destreza humana está supeditada al poder de la máquina y al dinero de la escudería.

Bien: hecha explícita mi distancia afectiva con el tema, diré que el boom Colapinto me agota. No discuto las condiciones del chico, que seguramente las tiene y de sobra. Además, insisto, carezco de los conocimientos técnicos y de la información para hacerlo. Lo que me harta es el show chauvinista que hemos montado a su alrededor (nosotros, no él).

Ya había pasado antes con las ocasionales apariciones de pilotos argentinos en la categoría (Tuero, Mazzacane, Fontana). Pero eran breves explosiones de entusiasmo seguidas de una espesa miel de indulgencia para justificar por qué nuestros muchachos siempre veían el podio desde lejos. Pero lo de Franco Colapinto supera toda medida.

Como si fuéramos un país ansioso por parir un nuevo Fangio, le asignamos a cada palabra, a cada gesto, a cada insinuación que lo involucre, una importancia descomunal. Colapinto no es lo que es, un novato talentoso tratando de abrirse camino en una disciplina durísima y para pocos, condicionada por intereses económicos más determinantes que su pericia individual, sino un fenómeno al acecho listo para dar el zarpazo, un Messi haciendo calentamiento del otro lado de la línea de cal.

El 2024 cerró con un carnaval de versiones sobre las escuderías que se peleaban por tenerlo de piloto titular hasta que se supo que firmaría como piloto suplente de Alpine. Pequeña decepción que disimulamos con intrincados argumentos. Si leen “El libro de los sesgos”, de Ricardo Romero, verán que eso se llama “disonancia cognitiva”: habíamos construido un relato de gloria alrededor de Colapinto que, al ser puesto en duda, debimos corregir para que siguiera siendo coherente, por lo que concluimos que no estaba tan mal que volviera a un puesto de relevo tras sus nueve carreras en Williams.

Fue entonces cuando le apuntamos al australiano Jack Doohan, porque si él fracasaba, quedaría liberada su butaca para que la ocupase el crédito de Pilar. Desmenuzamos sin piedad cada uno de sus errores y celebramos sus despistes y choques. La escalera por la que subiría Colapinto se construiría con las piezas destrozadas por el usurpador. El 7 de mayo se confirmó la buena noticia: Doohan afuera, Franquito adentro. Por cinco carreras. ¿Cinco nada más? Ojo, que pueden ser más, eh… Y volvió el tachín tachín.

El fin de semana pasado, en Imola, el piloto argentino se la puso en una clasificación (¿los australianos habrán festejado?) y en la carrera largó 16 y llegó 16, lo que al parecer es una muestra de criterio y sana estrategia. Lo que en Doohan era un espanto, en Colapinto es mérito. Volviendo a la “disonancia cognitiva”, Romero explica que solemos preferir que el relato con el que narramos nuestra vida sea coherente antes que auténtico: “La verosimilitud antes que la verdad. El show debe continuar”. Y… sí.

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